Las cosas de primera mano duelen.

 

Una lámpara de lejos, con sus colores, sus destellos y sus luces, es del todo preciosa. Hasta que coges la bombilla y todo eso junto se te adhiere a la palma.

La marea, orquestada por la luna, es el mejor baile al que puedes asistir sin participar, hasta que ese maremágnum te pisa la punta del pie y ya no hay vals que valga.

Ese dolor de amor, taciturno y francés, con los ojos de Ana Karina, te inspira y suspiras, pero luego te respira a ti y se te escribe en la piel en 4 idiomas.

Las cosas de primera mano duelen, pero ya quisiera esa luz, ese maremágnum danzante, o una película francesa vivir como nosotros vivimos, con sentimiento, ya sea malo o bueno, y conseguir seguir viviendo. Ya sea a primera mano. Ya sea sin mano. Ya sea sin ni siquiera ser la primera.
Y ojalá duela.
Y ojalá lo aguante.

El surrealismo del verano.

Con los gatos entre vidrios
nos arrastramos arañando
las botellas, botellas arraigadas
en la noche de estrellas malas.

Cantos de iguanas de un granadino
me atizan con su cola,
el chasquido de látigo verde
que me lapida en el suelo sentido.

Cristales rotos que envuelven la luz
de la farola alta y delgada,
ladina en su iluminación tosca
y fea que me adivina si paso.

¿Qué queréis vosotras, cucarachas?
¿También me queréis en el juego?
¿Acaso no sois bastantes ya vosotros?
¿Acaso no estáis ya alimentadas de mi miedo?

La feria.

Estoy sentada en el suburbio,
un suburbio paralelo a la feria
que ilumina el cielo
y tapa los astros.

Estoy sentada y no estoy sola,
no estoy sola, y a los otros
les gustan los suburbios
tanto como a mí.

Porque saben que las vistas
más interesantes
se encuentran, con paciencia,
desde donde la gente
no sabe mirar.

Estamos en el suelo
y el cielo se viste de dorado
y yo estoy azul.
A ella le gusta el verde
y a él el rojo
pero a mi el dorado.

Porque se parece más
a la estrella que quisiera ver.
Porque se parece más
a ese jaguar del jazz
que me aprieta el ombligo
sabiendo que va a nacer de mí
algo más.

Pero vaya suburbio,
vaya vistas,
vaya dorado,
vaya no-estrella,
vaya jaguar,
vaya dolor de ombligo,
vaya lástima que se acabe la feria.

Entre destrozos y arañazos.

Todas las calles de esta ciudad
son en pendiente.
Sólo puedes destrozarte los tobillos
subiendo
o arañarte las rodillas
al bajar.

Que si escuchas las gárgaras
de Tom Waits de noche
olvídate de los cantos de sirenas
en la mañana temprana
aunque oigas que haya olas.

Que las sirenas son otras,
que son de metal
y pitan y te destrozan el oído,
y un nosequé de angustia
se te queda en el ombligo.

De a ver quién va dentro,
de a ver cuándo me toca a mí.
De que no miro lo que estoy haciendo,
escuchando una sirena
que no tiene mar
pero sí maremágnum.

Lo siento mamá, hoy salgo otra vez
por esta ciudad de óxido
donde me pariste
para ver si me muevo y ruedo,
por si sigo la corriente
o no.

Hoy salgo otra vez
a destrozarme los tobillos,
a ver hasta donde ruedo,
a arañarme las rodillas,
a ver si me entiendo
con el viento
y no me baño entre vidrios.

Manifiesto del «yo nunca».

Ha llegado un punto en mi vida en que todo lo que hago, todo lo que muevo, descoloco, transformo y creo está destinado a hacerme vaciar un vaso en el juego del “yo nunca”. Rectifico;  no es “un punto”, es un paréntesis intermedio entre un aburrido, provechoso, conveniente inicio y un merecido, apaciguado, esperado final.

Se trata de decir sí a cualquier respuesta descabellada que se me ponga delante. Es cualquier paso adelante que tenga intención de desembocar en un camino turbulento. Es cualquier hecho que vaya a describir en noches de verano nostálgicas hasta hacerlas leyendas históricas entre amigos que fueron desconocidos y anónimos que, aparte de alcohólicos, se convirtieron en amores.

No solo se trata de vaciar un vaso, de beber más de la cuenta, o de desenfocar cualquier foco que tenga presente que ya estaba en el pasado. Se trata de que para cuando ese alguien de negro que ha bailado entre montañas y valles, ríos y volcanes, me coja de la mano sin que yo quiera echar la mirada hacia atrás ni por un instante.

Rectifico otra vez; yo le sacaré a bailar. Sin prisa y sin pies torpes, sin ningún pestañeo que me desarme.

Me manifestaré en el “yo nunca” porque siempre tendré la última palabra aún no teniendo la primera.

Entre la oniria y la verdad hay un único paso y lo das tú .

 

IMG_20160611_171218

Encontré mi fe
entre el neón y la carne.

En senderos prodigiosos
de inteligencia sin sabiduría
que solo llegan a amortiguar aquellos
que para saberlo todo
propusieron la muerte del saber.

Ese saber antiguo, sudoroso de telarañas,
tan leído, tan escrito, querido,
poco pensado y disfrutado,
solo aceptado sin crítica,
llamado por sí mismo saber.

Encontré mi fe
entre el sueño y la piel.

En gritos apaciguadores
de personas calladas en discusiones
sobre antipoesía, escribiendo poemas
con asesinos del arte
que cavaron tumbas con pinceles.

Encontré mi fe
entre nuestras ideas
que dejaron de ser aire
para ser tierra que pisar
al mover los pies.

En nombre del anonimato.

Soy yo misma
antes de nada.

Antes de ser la hija
de alguien,
la hermana de otro,
compañera de nadie.

Soy yo misma
antes de nada.

No dejaré de ser
en quien me he convertido,
tras los años y los golpes,
por el mero hecho
de no incomodar a quien sea
que se encuentre cerca.

No dejaré de lado
mi libertad
por acomodarme
a la opresión ajena.

No volveré a encadenarme
para mantenerme estática
en el suelo
sólo porque a los demás
les aterrorice desplegarse
en el viento.

No consentiré ni un grito,
ni una voz, ni un susurro.
Ni siquiera consentiré
un aliento contra mi palabra.

Porque antes de ser hija
de alguien,
hermana de otro
o compañera
de nadie,
soy yo misma
antes de nada.

Ante todo estoy yo.

Qué bien nos sienta.

Qué bien nos sienta

no sentarnos bien

en esta silla de madera

con astillas que se clavan

si lo vivimos como debe ser.

 

Qué bien nos sienta

no dormir, biengastar las horas

en charlas de sofás incómodos.

Así me acomodo en tu pecho,

casi como un lecho merecido.

 

Qué bien nos sienta

el alcohol ahogado en lluvias,

en mareas semidesiertas

por calles que despiertan cuando nosotros

salvamos a los dormidos.

 

Qué bien nos sienta

no cumplir con nuestro deber,

debiendo más besos y cervezas.

Revivir alguna flor seca y

bailar en otro delicioso jardín.

 

Qué bien nos sienta

volar con vida,

vivir con alas,

querer sentirnos,

sentir el querer.

 

Decir «lo siento»,

pelearnos otra vez.

Gritar sobrios

ebrias canciones.

Matarnos sin rima,

arrimando los cuerpos.

Ir descalzos,

calzarnos un golpe.

Aprender del dolor,

que con amor se nos olvida.

Saltar en jaulas,

enjaular la opresión.

 

Qué bien nos sienta

volar cerca del sol.

 

 

 

 

Porque tú me lo dices.

Me dices que corra, antes de todo,

y no sé si me ha dado tiempo a abrir los ojos,

a entender, sin verla,

aquella puerta

que me indique el dónde.

 

Me dices que salte sin saber

a dónde llegaré

si a tu corazón o a tu cama,

si me quedaré de noche,

aguantaré hasta mañana

o me pedirás que me vaya.

 

Me dices que vuele y lo peor de todo

es que me quedo quieta,

estática (o eso creo),

sin alas ni ramas.

Solo me quedo inmóvil

porque me dices que vaya.