Manifiesto del «yo nunca».

Ha llegado un punto en mi vida en que todo lo que hago, todo lo que muevo, descoloco, transformo y creo está destinado a hacerme vaciar un vaso en el juego del “yo nunca”. Rectifico;  no es “un punto”, es un paréntesis intermedio entre un aburrido, provechoso, conveniente inicio y un merecido, apaciguado, esperado final.

Se trata de decir sí a cualquier respuesta descabellada que se me ponga delante. Es cualquier paso adelante que tenga intención de desembocar en un camino turbulento. Es cualquier hecho que vaya a describir en noches de verano nostálgicas hasta hacerlas leyendas históricas entre amigos que fueron desconocidos y anónimos que, aparte de alcohólicos, se convirtieron en amores.

No solo se trata de vaciar un vaso, de beber más de la cuenta, o de desenfocar cualquier foco que tenga presente que ya estaba en el pasado. Se trata de que para cuando ese alguien de negro que ha bailado entre montañas y valles, ríos y volcanes, me coja de la mano sin que yo quiera echar la mirada hacia atrás ni por un instante.

Rectifico otra vez; yo le sacaré a bailar. Sin prisa y sin pies torpes, sin ningún pestañeo que me desarme.

Me manifestaré en el “yo nunca” porque siempre tendré la última palabra aún no teniendo la primera.

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